MEMORIA

Mellah es el nombre genérico que reciben los barrios judíos en el norte de África. Mis padres se conocieron en el Mellah de Casablanca. La guardería que me acogió durante mi primera infancia estaba allí. Aunque hemos vivido siempre en el centro de la ciudad, mi madre se ha desplazado durante toda su vida al Mellah a comprar, a pesar del fatigoso sacrificio en caminata y peso que debía que llevar a cuestas. Ha dejado de hacer esa diáspora semanal sólo cuando enfermó a los 80 años. Ese barrio ha sido un lugar común en mi vida familiar de siempre.
Lejos de la tierra magrebí, el Mellah ha pervivido en mi imaginario como una fuente de experiencia.
Nunca me he creído la versión de una Península medieval que cobijaba a las tres religiones monoteístas en convivencia. A lo sumo, en coexistencia movediza. Las religiones no son tolerantes; son dogmáticas. Es su razón de ser y, tarde o temprano, revelan esa característica suya. Así ha sido a lo largo de toda la Historia y lo seguirá siendo.
Pero, al hilo de mi experiencia, puede que el paradigma que tengo del Mellah se haya dado en algún momento del medievo. En esos escasos momentos en los que la población no fue arañada por la pertinaz penuria o la temida hambruna.
El Mellah como paradigma es el ágora donde se concitan los habitantes en busca de su oportunidad, llenando su espacio de bullicio, de ajetreo incesante, de ocupación milimétrica del espacio, de aglomeración sin caer en la turbamulta... Todo lo que aboca al caos y al conflicto, en el Mellah se convierte en suerte de disciplina y arte de equilibrio.
Se ha dicho que la cultura une a los desiguales; que es el bálsamo de la conciliación. Pero la cultura no es asequible a todas las personas ni es independiente de las religiones. Más bien, las culturas son creadas por tal o cual religión y juntas constituyen civilizaciones.
La mayoría de los ciudadanos que viven y acuden al Mellah no tienen cultura. Una gran masa de ellos deben ser, incluso, analfabetos.
¿Cuál es la clave que facilita esa integración humana pacífica y esa combinación de religiones sin violencia? En el Mellah es el comercio. Todo se compra o se vende y a nadie le interesa que se pervierta esas reglas porque son su sustento.
Extrapolando esta enseñanza, me temo que esta época de privación económica que atravesamos no es buena para el comercio; no es buena, por tanto, para el respeto y la tolerancia. Traerá la oblación del "otro", del "distinto". El empobrecimiento embrutece los instintos de los ciudadanos con el concurso de las culturas (en España, para excluir, se esgrime la preeminencia de nuestras costumbres) y las religiones.
Por eso, en estos tiempos de crisis, mi Mellah de magín es un buen refugio ideológico y quién sabe si sirve de pedagogía para el entendimiento. Por eso lo expongo.



MOROS, JUDÍOS, ESPAÑOLES.


Prólogo

Para perfilar el semblante de los españoles, hay que remontarse a la historia que antecede a la fecha de 1.492; en particular al milenio que va del siglo V al XV. Sobre todo, porque en este milenio se concitan los pueblos que van a configurar el embrión de la futura nación que se hará llamar España.
El análisis de este periodo convulso, arroja dos características especiales que van a comprometer el devenir de España y su realidad constituyente:


1.- Cualquier estudioso puede constatar el gran enredo sectario y la turbulenta relación entre unos y otros en esta época. En ella, no priman lealtades más allá de la codicia territorial de las respectivas oligarquías.
Si ningún rey visigodo logró reinar durante seis años seguidos antes de ser depuesto; menos soberanía pueden establecer los reinos y condados que le suceden tras la invasión peninsular de los musulmanes. Las alianzas y enfrentamientos se extendieron con igual suerte entre musulmanes y cristianos. Reinos y territorios de ambas religiones se coaligaban como se despedazaban, coaligados con la religión contrincante.
El resultado de este lío es que un par de territorios cristianos, entre luchas y pactos con sus vecinos, consiguen extender considerablemente sus dominios, hasta imponer su peso específico en la Península durante el siglo XV. Son Castilla(1) y Aragón. Un ulterior pacto entre ellos conducen al hito que marca la fecha de 1.492. Se ha significado esta fecha por su trascendencia política, pero la pretendida reunificación no pasó de ser una empresa aparente. En efecto, tras la muerte de Isabel de Castilla, Fernando volvió a reintegrar su Reino y contrajo matrimonio con Germana de Foix, de 18 años, para engendrar un sucesor dinástico que gobernara como rey de Aragón (formado por los territorios al Este y Noroeste de la Península, es decir: Aragón, Cataluña y Valencia) subestimando la recién conquistada unidad de España, de la que él era artífice. Hoy los vestigios de esa afirmación autónoma lo representa Cataluña, principalmente.
Otro tanto pasa con el Reino de Navarra. Desplazado en la unión (matrimonial) entre Castilla y Aragón, no se siente íntimamente implicado por el nuevo Estado. Además, Navarra, fue aliada tradicional de los musulmanes. Su más emblemático rey, Sancho VII el Fuerte, estuvo muy vinculado siempre con los almohades. La participación de Navarra en la “Reconquista” fue todo lo tímida que pudo; hizo lo imprescindible para añadir su enseña (las cadenas) al nuevo escudo de la España cristiana. Después de la campaña, Navarra prefirió mirar hacia Francia antes que intimar lazos en la Península. El heredero natural de ese Reino, en la actualidad, es el País Vasco.


2.- El espejismo de 1.492, también dejó secuelas culturales; o, mejor dicho, religiosas. La unificación, hemos visto, nunca llega a ser política. Se consigue, no obstante, la imposición de una religión única, la católica, cuya hegemonía y ortodoxia se implanta a machamartillo. Con todo, se tarda en cristianizar del todo España, a pesar de los medios expeditivos que se adoptan para alcanzar tal fin. Expatriaciones en masa, leyes persecutorias, expropiaciones, agravios sociales, delaciones, juicios de pureza de sangre, censura, sanbenitos, torturas, presidio, proscripciones, hogueras de herejes; toda esta noche de terror, auspiciada por la Iglesia, con la complicidad animosa del nuevo Estado, se alarga hasta el siglo XX. Nótese que España fue el último país del mundo que cesó a la Inquisición (1.478-1.834) como tribunal de oficio, dos siglos después de que lo hiciera la más rezagada de las demás naciones(2). Nótese, igualmente, que la Iglesia tutela una cruzada contra más de la mitad de España en la Guerra Civil de 1.936, que conduce a la reafirmación de la unidad Nacional-Católica y la contingencia, de nuevo, del exilio, la delación, el expolio, la tortura, los campos de concentración, los trabajos forzados, las cárceles, los fusilamientos en masa y la silenciación para cientos de miles de españoles.
La Constitución de 1.978, abre un resquicio, muy encorsetado en lo que respecta a la igualdad cultural y religiosa; más franco en lo que concierne al reconocimiento de las sensibilidades identitarias territoriales (Comunidades Autónomas), para favorecer la convivencia en un país que, si por algo se singulariza, es por su diversidad germinal y la reiniciación de su memoria en cada episodio de su historia.




Un estudio publicado por American Journal of Human Genetics (Dic-2.008) reveló que la huella genética media española tiene una herencia norteafricana del 11% y judía del 20%. Sólo el País Vasco y Cataluña no comparten este perfil. 

Sorprende -lo que más- que después de 5 siglos, la carga judeomorisca sea de más del 30%. Se sobreentiende que en su momento, la inmensa mayoría de la población gozaba de esta marca genética y que un reducto feudal neovisigodo (se postula un linaje visigodo, aunque es más plausible el origen astur) de las montañas asturianas; o sea, ultramontano, pudo sojuzgar a toda la Península, con la persuasión de la cruz en forma de espada.
La conquista musulmana, de sur a norte de la Península, a partir del 711, fue una campaña casi civil, sin otros lances bélicos que la batalla del Guadalete, una escaramuza en Écija y el asedio de Córdoba y Mérida. Esto implica, cuanto menos, la colaboración de los peninsulares de entonces, cristianos y judíos. De hecho, el arzobispo católico de Toledo fue el gobernante eclesiástico que auspició la empresa, junto a los comandantes militares Tariq y Musa.

La campaña inversa, la llamada Reconquista, de norte a sur de la Península, fue, por el contrario, una esforzada briega a sangre y fuego durante ocho siglos. Palmo a palmo. Aquellos cristianos venidos del norte, cargados de ira divina, que no tenían otra maña de vida que la caza, el pastoreo y el pillaje, debían infundir pánico a los industriosos habitantes del Al-Andalus que se habían cultivado en la artesanía, la ciencia, la arquitectura, la medicina, el dominio del agua y la riqueza agrícola. Por eso, en distintos periodos pidieron ayuda para su defensa a tropas extranjeras del norte de África, los almorávides y los almohades, que fanatizados en el islam, terminaron flagelando a los propios nativos del heterodoxo y civilizado Al-Andalus.

En el siglo X la población en el área musulmana peninsular era del orden de los 5 millones de personas, según fuentes menos discutidas; otras lo elevan al doble. Su patrimonio genético permaneció, igual que su obra material (cifrada en decenas de miles de edificaciones de todo tipo y uso, alfarería, gastronomía, herramientas, textil, ganadería, lengua...), por muy devastadora que fuese -que lo fue- el trabajo de omisión, hoy se tiene la prueba científica en nuestra sangre. Sin embargo, en el imaginario nacional impuesto desde la Reconquista, el español se ve más homologado a un alemán que a un magrebí, pese a que se mire todos los días en el espejo.
Alhambra de Granada.
El monumento más visitado de España es La Alhambra. A cualquier español que se le pregunte -inclusive los andaluces- dirá que eso lo hicieron los moros. Nunca dirá, eso lo hicimos nosotros. Por la misma razón, se prefiere calificar de erial cultural a la Edad Media española antes que afiliar a eruditos de ese tiempo, como los cordobeses Averroes y Maimónides, el malagueño ibn Gabirol, el zaragozano Avempace(3), los navarros Aben Ezra y Yehuda Halevy o muchísimos otros que crearon e investigaron aquí y representaron el cénit de la sabiduría medieval en el mundo.

La religión católica ha operado en los españoles una disociación esquizofrénica entre su realidad histórico-cultural (que niegan, a pesar de vivir rodeado de sus vestigios) y su mito ideológico (que afirman, a base de buenas dosis de superchería). Franco hasta inventó la “raza española”, aunque al mismo tiempo importaba tropas magrebíes para aplastar a los españoles de su “raza”.
El "Matamoros"
La esquizofrenia nacional necesita del generador incesante de la Iglesia para mantenerse viva; porque desde la raíz intelectual de nuestra cultura hasta el entorno físico le refutan todos los días a cada español su supuesta pureza visigótica. El icono que el español tiene agregado a su perfil identitario es el del “héroe matamoros”. Hay una foto, muy publicada, de José Mª Aznar disfrazado de Cid Campeador que describe bien este ideal colectivo. Como lo describe también, las fiestas de “moros y cristianos”, en las que, en puridad, se quiere exaltar el triunfo cristiano, pero se exalta la propia inmolación, porque en los cristianos de hoy están los moros de ayer.

Lo cierto es que esos iconos de referencia -el Cid, Guzmán el Bueno, Alfonso X, Pelayo- fueron tan mercenarios con la causa cristiana como las estrellas de fútbol actual respecto de su equipo. Sirven al mejor postor. Vemos, si no, como Guzmán el Bueno pasó la mayor parte de su vida militar en Marruecos sirviendo al rey de Fez, Abú Yusuf. Alfonso X El Sabio, obtuvo financiación y protección de las tropas musulmanas en el enfrentamiento con su hijo Sancho IV el Bravo. Importantes señores (Muza ibn Muza) o intelectuales (Inb al-Qutiya) descendían de nobles visigodos, y Almanzor era yerno del rey de Navarra, Sancho Garcés II. El Cid, apelativo árabe de “señor”, recibió de los musulmanes ese nombre que le hizo trascender históricamente luego de guerrear a favor de Al-Muqtadir, rey taifa de Zaragoza, y también al servicio de su hijo Al-Mutamín, donde alcanzó el rango de general en jefe. Pero es que, Rodrigo, el rey godo que intentó detener la penetración musulmana en el Guadalete, tenía por esposa a la princesa magrebí Elyata o Zara (conocida por los cristianos como Egilona).
En este “revolutum”, lo que más sorprende es que el propio acta de nacimiento del reino de Castilla, que se erige en ariete espiritual y marcial de la llamada “Reconquista”, se debe a la
Ordoño II.
José Mª Rodríguez de Losada
insubordinación de cuatro condes al rey Ordoño II de León. Estos cuatro nobles son Nuño Fernández, Fernando Ansúrez, Abolmondar el Blanco y Don Diego, los dos primeros de ascendente godo, los dos siguientes de ascendente árabe.

Para colmo de mixtificación, el propio bastión de la cristiandad, el reino de Asturias, entre el 783 y 788, fue gobernada por Mauregato (Maurus-goto; es decir, medio moro, medio godo), hijo del yerno de Don Pelayo, Alfonso I el Católico. En ese mismo reino, en el siglo IX, maestros musulmanes instruyeron al heredero Ordoño a petición de su padre Alfonso III el Magno.
Por su parte, Alfonso VI, tenía por consejero al judío Cibelo y por médico y administrador de sus ejércitos a Abén Xalib, también judío. Este mismo rey, tomó por esposa a Zayda, hija de Almutamid (rey de Sevilla), con lo que Castilla y León contó, durante parte de su reinado, con una reina musulmana. Tampoco desdeñó el apoyo de 40.000 combatientes judíos en su enfrentamiento con las tropas almorávides de Yusuf ibn Tasufin, en la batalla de Zalaca o Chagrajas en 1.086.
Pero es que el carácter de un gran reino no estaba marcado por el ideario de una religión hegemónica, sino por el número de territorios de señores -condes u otros reyes de menor enjundia- que le debían vasallaje, con independencia de la religión profesada por éstos. La caracterización de los reinos como un fuero de fe exclusivista, cristiana o islámica, es uno más de los mitos legados por el parcialismo cultural que se nos han transmitido. Nada más lejos de la verdad. En tiempos de mayor esplendor geográfico y soberanista del reino de Castilla, con Fernando III el Santo, tanto el rey de Murcia, Aben Hudiel, como el gran rey de Granada, Aben Alhamar (fundador de la Alhambra), eran partes integrantes de su Corte, con dignidad de nobles y sumando sus huestes a la fuerza de Castilla.
En el Reino nazarí, Mulay Hassán (Mulhacén), padre de Boabdil el Chico, último rey musulmán de la Península, repudió a Aixa, su legítima esposa, y se emparejó con Isabel de Solís, islamizada como Zoraida. De esta relación nació una hija. Mientras Boabdil se exilió a Marruecos en 1.493, un año después de rendir Granada; su hermana, criada en la fe islámica de niña, murió en 1549, siendo sor Isabel de Granada, abadesa del monasterio Santa Clara de Compostela.
Los mismos Reyes Católicos contaban con una cohorte de judíos en puestos de relevancia, desde el mayordomo, Andrés Cabrera, hasta el médico, Juan Guadalupe, pasando por varios consejeros y financieros, como Isaac Abravanel. Personalmente, cada monarca se habían rodeado de judíos para garantizar la viabilidad institucional de sus respectivos reinos, dada la cualificación y solvencia que éstos tenían en áreas funcionales del gobierno. Por ejemplo,
Luis de Santángel.
Anónimo.
Abraham Seneor, juez y rabino de la aljama de Segovia, fue gerente de la reina Isabel; Luis de Santángel era un judío rico aragonés nombrado "escribano de ración" el 13 de septiembre de 1.480, en la Corte del Rey Fernando II. La función de este título era financiera; prestar dinero al monarca. Él fue quien costeó la expedición de Colón en 1.492 (Capitulaciones de Santa Fe, Granada) y no los Reyes Católicos como formalmente se afirma. Por cierto que el rey Fernando de Aragón siempre lo protegió de los ataques repetidos de la Inquisición. Hay que recordar que la Inquisición operaba en Aragón desde 1.249; 230 años antes de que se implantara en el resto de la Península.


Es más, la higiene financiera de los reinos cristianos dependía de los no cristianos.
Tanto la economía popular -con el conocimiento técnico en la producción de bienes, construcción y procesos de mercado- que dominaban los moriscos, como la propia hacienda palaciega, confiada a los judíos -por su gran competencia administrativa amén de su buen hacer en los oficios de ciencia- urdían una provechosa relación interreligiosa, germen de lo que pudiese haber devenido en el paradigma del Estado europeo nuevo, adelantado por Fernando III el Santo en la toma de Sevilla cuando se declaró rey de las tres confesiones: musulmana, cristiana y judía. Ese mismo espíritu lo ejerció, para pasmo de los «españolistas» recalcitrantes, el mismísimo Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, cuando gobernó sobre cristianos, judíos y musulmanes en notable ecuanimidad, la taifa de Valencia. 

Por eso los poderes estrictamente políticos (nobles y monarcas) acometían a regañadientes las medidas represivas contra sus súbditos musulmanes y judíos, aunque finalmente eran dictadas con todo el rigor, espoleados por la Iglesia(4), sedienta de posesiones para ampliar las propiedades de los Estados Pontificios, en la península italiana, a costa del patrimonio del embrionario Estado Español.

Por desgracia, la construcción de ese nuevo Estado multirreligioso se frustró por la intransigencia y afán depredador de una de las religiones, y de no haber sido por la ingente inyección de riqueza, a fondo perdido, proveniente del saqueo de América, poca andadura habría tenido el incipiente Reino Católico-Castellano, llamado España, con su escasa base estructural (hoy día sigue siendo un reino de autonomías) y su menos capacidad instrumental, después de la exclusión funcional de sus ciudadanos más productivos.

Las Capitulaciones de rendición del Reino de Granada suscritas por Boabdil y los Reyes Católicos en 1.492, no contemplaban el desalojo de la población musulmana. Incluso la jerarquía nazarí fue invitada a afincarse inicialmente en Láujar de Andarax (Almería). Boabdil, que era protegido del Papa Inocencio VIII, sucumbió a la presión de los vencedores y abandonó su infortunado retiro rumbo al exilio. En 1.493. Salieron hacia Marruecos, la corte nazarí, su séquito y las familias más destacadas, entre ellas algunos cristianos (6.355
Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra de Granada.
Gómez Moreno

personas).
Además, en esas Capitulaciones se determinaba expresamente la protección y dignidad de los mudéjares. Se les permitiría seguir con su religión, posesiones y costumbres. Estas condiciones se cumplieron gracias al celo de Fray Hernando de Talavera, clérigo sensible (era de familia judía y había sufrido la hostilidad de la Inquisición), que hizo ímprobos esfuerzos por salvaguardar lo pactado en el tratado de rendición. La Pragmática de 1.502, con el Cardenal Cisneros de nuevo instructor, dio al traste con todos los derechos e inaguró la nueva era de abusos y persecuciones. La estulticia de este personaje se hace elocuente en la pira de libros musulmanes que prendió en la plaza de Bib-Rambla de Granada.

Se puede decir que los musulmanes tuvieron una tregua de 10 años que, empero, no se les concedió a los judíos. Se estima su población en unos 400.000 hacia 1492. A estos, desde el primer momento -Edicto de 1.492 de los Reyes Católicos- se les plantea el dilema de la conversión o el exilio. Siendo, como eran, en su mayoría pudientes, el destierro, además, corría de su cuenta. Se cree que salieron cerca de 200.000 sefarditas (ciertas fuentes cifran en sólo 30.000 los desterrados), algunos de los cuales retornaron en el plazo de los 7 años siguientes.
Expulsión de los Judíos en Sevilla.
Joaquín Turina

Y es que tras el sometimiento de Granada, la expulsión de los sefardíes se hizo inapelable, pese a que Isaac Abravanel, consejero judío de los Reyes Católicos (ya citado anteriormente), intentase una negociación económicamente muy ventajosa -hasta leonina- a cambio de la revocación de dicha orden. Pero el lucro para la Corona y la Inquisición, por vía de la expropiación y el decomiso, que se vaticinaba con la imposición del decreto, desanimó mucho las opciones de arreglo respecto a la cancelación del decreto de expulsión. Sin contar con el recurso a la exacción, a la que, tampoco, renunciaron los Reyes, como medida suplementaria de extorsión. Muchos judíos encarcelados en Sevilla fueron liberados a partir de 1.510, bajo el pago de miles de ducados, cantidad que se duplicaba cada término, hasta llegar a 40.000 ducados.

Por medio de pagos les fue posible a muchos forzados y judíos escapar incluso hacia las Américas. Los edictos de Barcelona de 30 de octubre de 1.492 y de 30 de marzo de 1.493 muestran los marcados intereses económicos por parte de los reyes Fernando e Isabel por rapiñar los bienes de los sefardíes. Precisamente, la paradójica fórmula de no poder llevar oro y valores consigo al abandonar sus propiedades, impuesta a los judíos en la orden de expulsión, ocasionó la avidez del pueblo por desvalijar esas riquezas, lo que le exigió a la Corona legislar medios procesales, a través de comisionistas y notarios, para monopolizar el patrimonio expoliado.
Además de enriquecerse ilícitamente, la Corona, en el mismo acto, revindicaba la pureza cristiana del país, frente a los recelos de los reinos europeos y papado, que lo tenían por territorio herético (los mismos ritos cristianos practicados en la Península, no eran de inequívoca patente católica(5)), cuando no, judeizado.

Pasando el tiempo, la suerte de todos los no católicos en la Península se rindió, definitivamente, a la disyuntiva: conversión o lanzamiento. Fórmula con la que ya se había expatriado, con anterioridad, a la mitad de la comunidad sefardí.
Preparación al suplicio en la pira
de Beatriz de Padilla, Cuenca (1598),
acusada de devota del Islam

Los conversos judíos, aunque padecieron un trato peyorativo (se les llamaba “marranos”) sufrieron mejor suerte que los musulmanes conversos (moriscos). Mientras que los primeros terminaron no sólo integrados sino ocupando puestos de importancia social merced a su mejor preparación que los “cristianos viejos”; los moriscos fueron relegados a un régimen de semiesclavitud en fincas rurales de nobles y señores. Esta calidad de siervos a que fueron sometidos los moriscos, pese a ser un ultraje, fue también su escudo de protección, ya que recibieron el amparo de la aristocracia aragonesa y valenciana, beneficiarios de su servidumbre laboral y del conocimiento agrícola que éstos atesoraban.

Los infames edictos que siguieron relativos a la confiscación de tierras y medios de trabajo de los musulmanes, favorecieron la aparición de uno de los productos más singulares del mestizaje español: el flamenco. La palabra flamenco proviene de la expresión árabe “fellah-maân-k´ou” que literalmente significa “campesino sin tierra”. En principio es el canto desgarrado, derivado de la muwasaha de los campesinos moriscos, que desposeídos de sus tierras y condenados a trabajos precarios de suma pobreza y marginalidad, concurren con otro grupo fugitivo, los gitanos, con los que comparten, ocasionalmente, camino y refugio. El Sacromonte de Granada se señala como uno de estos lugares de confluencia, como tantos otros, donde este tipo de cante se desarrolla hasta alcanzar la factura más genuina y representativa del arte peninsular.

Pero el recelo que provocaba en los “cristianos viejos”, el temor a una colaboración con los turcos o los franceses (enemigos coyunturales de la corona española) y el odio que les prodigaba la iglesia católica, precipitaron el edicto real de Felipe II, en 1567, prohibiendo la lengua árabe y bereber, las costumbres musulmanas, los trajes tradicionales y el abandono de su nombre en árabe. Hubo restricciones tan pintorescas como la de prohibir los baños o la obligación de mantener, los viernes, las puertas de sus casas abiertas. La contestación morisca fue un levantamiento general en Las Alpujarras, capitaneado por Abén Humeya. Tras su aplastamiento, se produjo la deportación de más de 50.000 moriscos en dirección al reino de Castilla. No hubo expulsión, todavía.


La población morisca estimada a finales del siglo XVI se acerca a 300.000. Una cifra proporcionalmente alta (España contaba con cerca de 7.000.000) para mantener en condiciones opresivas, sin provocar tensiones. Finalmente, fue Felipe III quien decreta la expulsión de los moriscos en 1.609. El mismo rey que en su infancia fue salvado por un médico morisco, Jerónimo Pachet. La expulsión supuso, por ejemplo, la ruina económica de Valencia y el menoscabo de muchas actividades corporativas. Pero, contrariamente, en la otra orilla produjo un efecto revitalizador en ciudades como Tetuán, Fes y, sobre todo, Rabat. En esta ciudad desemboca el río Bu Regreg. Los moriscos españoles se establecieron a ambas orillas fundando la “República de las Dos Orillas”. En una ribera, el pueblo de Salé, y, en la otra, Oudaia, creada por los extremeños desterrados de Hornachos. Su venganza fue practicar la piratería contra las costas mediterráneas, desde Cádiz hasta Almería. Tal fue su incidencia que tuvieron bases de vitualla en puntos litorales como Vélez de Benaudalla (sitio de los Oudaia) en la costa granadina, lugar presumiblemente elegido por su increíble parecido geofísico al de su homónimo marroquí.

Firme defensor del destierro.
El beato Juan de Ribera y la expulsión de los moriscos.
Francisco Dominguez Marques

A propósito de esta “emigración forzosa”, algunos obispos preclaros tuvieron ideas muy “edificantes” desde el punto de vista cristiano. Propusieron embarcar a los deportados en barcos desfondados para que zozobraran y fueran acogidos por Dios en gracia cristiana (eran moriscos, o sea, musulmanes convertidos al cristianismo) antes de que se condenaran en su nuevo destino, donde seguramente terminarían recobrando su fe islámica.

Si los judíos ricos recurrieron a la negociación económica, a través de Abravanel, para detener la orden de su expulsión, no lo intentó menos la nobleza musulmana conversa; una élite selecta, que los cristianos habían utilizado para controlar a la plebe morisca, reconociéndole, a cambio, la mayor parte de sus prebendas. Estas familias nobles costearon muchas empresas reales de Felipe II con voluntad de desbaratar la temida promulgación del destierro. Años antes, los moriscos granadinos ya habían disuadido de lo mismo a su antecesor, Carlos I, aprovechando el momento sensible del monarca que pasaba su luna de miel en la Alhambra. Quizá la más influyente de estas familias fueron los Venegas del Reino de Granada. Desde la Casa de los Tiros, su residencia a los pies de la Alhambra, urdieron una argucia taumatúrgica con la esperanza de conjurar la amenaza de expulsión que, en esta ocasión, incoaba Felipe III. Es la conocida historia de los Libros Plúmbeos. Consisten en planchas circulares de plomo grabadas con caracteres árabes y textos en latín que se dieron en llamar salomónicos. Aparecieron en el cerro de Valparaíso (luego llamado Sacromonte) en 1.599. Abogaban por el sincretismo religioso entre el islam y el cristianismo, modelados en un 5º evangelio y revelado en árabe para ser divulgado en España. En su honor, el arzobispo hizo levantar una enorme abadía con estrellas judías en memoria del rey Salomón. Este hallazgo se relaciona con otro ocurrido cuando se demolió el minarete de la Gran Mezquita de Granada, torre Turpiana, y aparecieron unas 
Arco de la Abadía
supuestas reliquias con un pergamino en árabe que relata la obra de San Cecilio, un árabe que acompañó a Santiago en su apostolado. Se creó mucha confusión y se apeló a la autoridad del Papa. Al final, el Vaticano anatemizó los Libros Plúmbeos, confiscándolos (no se los devolvieron a la ciudad de Granada hasta el 2.000), pero, sin que ello fuera óbice para que las reliquias que le acompañaban quedasen santificadas; el cerro pasó a llamarse Sacromonte y a San Cecilio se le hizo patrón de Granada.

Pudo ser el germen de una nueva religión ecléctica, que integrara los credos en lisa. Pero la credulidad social no era la misma que la que en siglos atrás asumiera milagreramente la aparición mágica de Santiago Apóstol (que nunca pisó la Península) victorioso en la batalla de Clavijo (844), movilizando una nueva conciencia del pueblo(7). Ahora estábamos en el Renacimiento. Además, las estructuras del poder político y eclesial estaban muy cómodamente asentadas, como para permitir disidencias que pusieran a prueba sus soberanos fueros.
Siete años después se decretó la expulsión de los moriscos
Expulsión de los moriscos.
Gabriel Pig Roda.

Sin embargo, pese a las órdenes de deportación en masa, es ridículo siquiera considerar la contingencia de un desalojo expeditivo de la Península, por mucho empeño que se pusiese en él. Aunque la operación de destierro duró 17 años -de 1.609 a 1.616- la logística del siglo XVI-XVII no permitía un rastreo exhaustivo ni una cabeza de puente para traslado de una masa tan alta de gente. Se tiene constancia documental de la expulsión de 118.000 moriscos de Valencia, 61.000 de Aragón, 45.000 de Castilla y Extremadura, 16.000 de Murcia y 32.000 de Andalucía. Muchos de ellos se "perdieron" por el camino. Sobre todo, niños (los morisquillos) y mujeres que permanecieron en régimen de esclavitud al servicio de familias católicas.

Si bien esto, muchos volvieron a la Península. El fenómeno fue significativo; al punto que Cervantes lo recoge en el pasaje del Moro Ricote(6). En algún pueblo, como Villarrubia de los Ojos en Ciudad Real, el retorno fue masivo. Es todavía posible hoy determinar la impronta de algunas comunidades que se mantuvieron cohesionadas, fundando barrios y pueblos. Así, Lavapiés (Avapiés) en Madrid, popularmente conocida como “donde viven los Manolos”, porque era costumbre de los conversos nombrar al primogénito con Manuel (Enmanuel, apelativo de Cristo que significa “Dios con nosotros”) para abjurar públicamente de su antigua fe. Curiosamente, el nombre del barrio procede de la costumbre de los cristianos de lavarse los pies, en señal depurativa, tras haber pisado suelo infiel, obligados a encontrar entre los judíos y moriscos que allí moraban, los oficios y las artes que ellos necesitaban. La Pastrana, en la Pangía, donde trabajaron de tejedores para la princesa de Éboli y cuyos descendientes participaron en las Reales Fábricas de Paños que se fundaron en tiempos de los Borbones. Y así podemos seguir identificando muchos grupos reconocibles en nuestros días. También, el empadronamiento disperso, aunque copioso, en el noroeste de la Península, tras la rebelión en 1.569 de Aben Humeya en las Alpujarras y el consiguiente reasentamiento ordenado por Felipe II, es responsable de la relevancia bereber que los marcadores genéticos aludidos han detectado en esta zona.

No sólo en la genética, estas señas están en la médula de nuestra cultura más dilecta. Decía el renombrado escritor mexicano Carlos Fuentes en la inauguración del III Congreso Internacional de la Lengua Española: “Somos lo que somos y hablamos lo que hablamos, porque los sabios judíos de la Corte de Alfonso El Sabio impusieron el castellano, lengua del pueblo, en vez del latín, lengua de la clerecía, a la redacción de la historia y las leyes de Castilla.
El nacimiento mismo de nuestra literatura, con la primera obra narrativa en romance (año 1.200), El Cantar del Mio Cid, es atribuida por la prestigiosa investigadora Dolores Oliver al poeta andalusí Al Waqasi, compañero del Cid, que escribió sus gestas antes de 1.099; es decir, en vida de éste.
Sem Tob

Por otro lado, algunos consideran a Yehudá Haleví como el primer autor de versos en romance. Pero correspondió a Sem Tob, un judío de Carrión de los Condes (Palencia) escribir el primer libro en poesía lírica en español durante el siglo XIV. Se trata de los llamados Proverbios Morales.

Si el albor de nuestra lengua y sus primeros pasos literarios están en deuda con los “excluidos”, no lo está menos su cúspide literaria. Fernando de Rojas y Luis Vélez de Guevara fueron judíos. También ascendían de este linaje Tirso de Molina, Antonio de Nebrija, Jorge de Montemayor, Francisco Delicado y Mateo Alemán. Lo fueron Luis Vives (cuyo padre fue quemado vivo por la Inquisición), Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Baltasar Gracián y el jurista Francisco de Vitoria.
La controversia respecto a la naturaleza de Miguel de Cervantes se remonta a Américo Castro que lo identifica como judío o “cristiano nuevo”. Otros autores ponen el acento en el profundo conocimiento de la cultura morisca que atesora Cervantes. En cualquier caso, es elocuente la licencia que se permite en el Quijote -en tiempos poco propicios para ello-, al denunciar el trato que en la Península se instiga a esa comunidad y de camino abogar por la tolerancia:
"Salí -dice el morisco- de nuestro pueblo, entré en Francia y aunque allí nos hacían buen acogimiento, quise verlo todo. Pasé a Italia y llegué a Alemania y allí me pareció que se podía vivir con más libertad, porque sus habitadores no miran en muchas delicadezas: cada uno vive como quiere, porque en la mayor parte de ella se vive con libertad de conciencia"(6).

Se especula con que fuesen de origen judío, Colón(8) y Miguel Servet. Éste último, a pesar de que consta como hijo de Villanueva de Sigena, cuando estaba siendo juzgado en Francia, dijo haber nacido en Tudela. Basta, pues, con "tirar de la manta" de esa ciudad -que de ahí procede el dicho- para atestiguar su estirpe conversa.


Me dirán que todo eso es agua pasada.

Sí; también lo es el Cid, Guzmán El Bueno, los Reyes Católicos, etc. y se estudia en los libros de la ESO, cogiendo sólo el fragmento de la biografía de estos personajes que conviene para fabricar el falsario histórico que se enseña.

Sí; pero los pueblos, ciudades, ríos, montes, regiones, calles, puentes y plazas con nombres árabes; apellidos con nombres árabes; giros sintácticos semíticos y léxico con 4.000 palabras árabes directas y 2.000 arabizadas; monumentos de toda gama y cuño -desde la Mezquita de Córdoba a la catedral de Teruel-; música con resonancias árabes; comidas, repostería, tradiciones... siguen ahí componiendo el escenario de nuestra experiencia habitual y, sin embargo, no lo integramos en nuestra conciencia nacional.

¡Santiago y cierra España!
José Casado del Alisal

Sí; pero la sangre que nos corre por las venas contiene 11 y 22 % aún de esta señal genética, cuando, hasta ayer judío era sinónimo de “ser abominable” y moro sigue siendo una calificación peyorativa.
Peor aún, “El Pais” del 18-07-2.008, publicaba un registro realizado sobre 23.100 estudiantes de secundaria que rechazan tener un compañero marroquí en un 64%, seguido por el desprecio a un judío en más de la mitad de los encuestados. El agravante de este último dato, es que la población hebrea en España es insignificante y, por tanto, raramente esos estudiantes conocen personalmente un judío. Su repulsa es pura estigmatización sembrada por una historia bastarda, sesgada por las instituciones educativas a través de sus manuales y por las tradiciones ideológico-religiosas al uso.

Sí; pero, sobre todo, el vigente mito ideológico-religioso tiene un espejo deforme, con el que nos representamos con una genealogía germánica entroncada directamente con los visigodos y una confesión católica que nos remite la creencia de un Cristo de piel blanca, con el pelo liso, largo, castaño y ojos verdes. La realidad es que Cristo, de haber existido, tendría las facciones de un palestino, con una devota profesión en la fe judía hasta sus últimos días (de hecho, la Última Cena fue su comida comunitaria del Séder Pésaj que celebra la pascua judía) y, por tanto, acreedor del desprecio de los católicos. En definitiva, la esquizofrenia.

Con estos contradictorios mitos, nos enredamos en una guerra civil que culminó en 1.492, tras la cual salimos de la Edad Media purgados de dos de nuestras anteriores confesiones (la judía y la musulmana), pero siendo los mismos de antes. Los que estábamos desde el norte hasta el sur. Y seguimos aquí.
De modo que, a los racistas españoles, basta con frotarle con un bastoncillo de algodón el interior de la boca para tapársela definitivamente. Llevan en el pecado la penitencia.


Francisco Botella Maldonado. Motril


(1) Castilla y León acababan de unificarse bajo la tutela de Fernando III el Santo. Por cierto, este rey pudo expandir las fronteras de su Reino, conquistando Priego, Loja, Martos y Andújar, hasta establecerlas en la misma Vega de Granada, gracias a la concluyente ayuda militar y logística del rey musulmán de Baeza, Aben Mohamed.
(2) Sólo entre 1.547 y 1.699, en apenas siglo y medio, la Inquisición quemó vivos a 12.000 españoles y más del doble sufrieron tormento y cautiverio, en su inmensa mayoría conversos, según reveló en su día, el canónigo Juan Antonio Llorente, a la sazón, Comisario del Santo Oficio y Secretario supernumerario de la Inquisición de Corte. El horror es tan inconmensurable que, en Occidente, sólo tiene parangón en la saña de los campos alemanes de exterminio del siglo XX, de nuevo judíos entre las víctimas de los cristianos. 

(3) Avimpace se vislumbra como artífice de los acordes del Himno nacional español.
El oficialismo identifica este Himno con una “Marcha Granadera” que Carlos III institucionalizó en 1.770 y cuyo origen es desconocido. Más que desconocido habría que decir ignorado, porque es un origen que incomoda.
Alfonso X el Sabio recoge en su Cantiga nº 42 una frase musical de este himno, proveniente de una composición de Ibn Báyya o Avempace, músico y filósofo zaragozano del siglo XI. Con Carlos I (siglo XVI) ya se desfilaba con estos sones y también con Felipe II.
La nuba Al-Istihal, que así se llama la pieza, ha seguido interpretándose como música andalusí en Tetuán. El músico y musicólogo Eduardo Paniagua la incluyó en uno de sus discos. Pero huelgan los rastreos históricos cuando se tienen oídos para apreciar sus similitudes. Juzguen ustedes:
 

(4) En 1.205, el papa Inocencio III reconvenía a Alfonso VIII de Castilla, porque parecía amar a la Sinagoga más que a la Iglesia.

(5) Se profesaban cultos híbridos judeocristianos, junto a ritos mozárabes y litúrgicas pseudoarrianas, reminiscentes éstas, entre el pueblo godo, de su inicial confesión, antes de abrazar la fe católica. La particular idiosincrasia cristiana de la Península, se debía al aislamiento de los grupos religiosos en un mosaico de fronteras y comunidades endogámicas dentro de ellas. Con el mito del sepulcro del apóstol Santiago y el subsiguiente corredor de comunicación abierto a través del Camino de peregrinación, se pretendió la unificación de los cultos al dogma católico.
(6) En este pasaje habla el morisco Ricote. Cervantes lo bautiza con ese nombre en homenaje a los últimos desterrados que se ubicaban en el Valle de Ricote, Wadi Riqut, (Murcia).
[...]
—¿Cómo es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?Entonces Sancho le miró con más atención y comenzó a rafigurarle, y finalmente le vino a conocer de todo punto y, sin apearse del jumento, le echó los brazos al cuello y le dijo:
—¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime quién te ha hecho franchote y cómo tienes atrevimiento de volver a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura.
—Si tú no me descubres, Sancho —respondió el peregrino—, seguro estoy que en este traje no habrá nadie que me conozca; y apartémonos del camino a aquella alameda que allí parece, donde quieren comer y reposar mis compañeros, y allí comerás con ellos, que son muy apacible gente. Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste.
[...]
La temática morisca es objeto de tratamiento en varias obras de Cervantes. El posicionamiento es una veces a favor y otras en contra. La insistencia en este contenido delata su recurso como “preterición”; es decir, negar el enunciado con la enunciación. Repárese que Cervantes tiene que expresarse ante los ojos lampantes de la Inquisición.
En el Quijote, en no pocos pasajes, Ricote felicita a los dirigentes cristianos por la persecución de los moriscos; o sea, contra él mismo. Es pura estulticia literaria si no se considera que el propósito de este discurso es la preterición o la ironía. Puede consultarse un moderno ensayo al respecto en:
Sintaxis de la ética del texto: Ricote, en el Quijote II, la lengua de las mariposas JULIO BAENA. Bulletin of Spanish Studies, Volume LXXXIII, Number 4, 2.006. Bulletin of Spanish Studies. University of Colorado at Boulder.

Otro personaje morisco del Quijote, que merece ser citado, es el historiador Cide Hamete Benengeli que se interpreta como “alter ego” de Cervantes, según una exégesis clásica. Este personaje desempeña el papel retórico de narrador y se corresponde con la transcripción del apellido del escritor al árabe, con significado de “hijo de siervo”: Servant-ez/ Ben-ayyel. (Ver artículo de Mahmud Sobh, País-Babelia,31-12-2.005).
Otros investigadores, por el contrario y entre ellos Américo Castro, postulan un rastro hebreo en la enigmática cuna de Cervantes, con los siguientes argumentos: Hay dos pueblecitos que llevan ese nombre, uno perdido en los Ancares (hoy Lugo), y otro en Sanabria (hoy Zamora). Ambos están en lo que siempre se llamó “los Montes de León”, de donde dice explícitamente Cervantes que “proviene su linaje”. El nombre alude a la abundancia de ciervos y corzos (todavía hoy es así). En ambos pueblos, además, se da el otro apellido, Saavedra. En el Cervantes ancarés hay incluso una casa-palacio de los Saavedra. El escudo nobiliario de este palacio se encuentra hoy en la Calle del Agua de Villafranca del Bierzo, la calle principal de la antigua judería.
Hay muchas pequeñas aldeas de esta zona, cercana a la raya de Portugal, donde sabemos que se refugiaron los conversos después del decreto de expulsión de 1.492. No muy lejos, en el corazón de los Ancares leoneses, está Guímera, un pueblo entero de conversos dedicados al comercio ambulante. (Guímara proviene de Guemerá, uno de los libros básicos del judaísmo).
Pero hay otros muchos indicios.
Don Quijote nunca afirma, en contra de lo que hace Sancho, que él es cristiano viejo, sino sólo cristiano. Nunca come cerdo, salvo “duelos y quebrantos los sábados”. Este plato, tan extrañamente llamado, se compone de “huevos con tocino y chorizo”, pero ¿por qué llamarlo “duelos y quebrantos” y comerlo, precisamente los sábados? “Duelos y quebrantos” para los conversos, por quebrantar la ley que prohíbe comer cerdo, y en sabbat, día de descanso y oración. Era una forma obligada de demostrar que no se era “judaizante”. No hay otra forma de explicar este nombre.
La olla que come don Quijote todos los días (o sea, el cocido), además, tiene “algo más de vaca que de carnero”; tampoco aparece aquí el cerdo, curiosamente, en contra de lo que era habitual.
Cervantes muestra conocer bien el Antiguo Testamento, al que cita varias veces, pero no al Nuevo. En todo el Quijote sólo aparece una iglesia, y con ella “se topan” él y Sancho “de noche”. Dice también que lengua hebrea es superior a la árabe. Atribuye la autoría a Cide Hamete Benengueli, por si acaso. Su padre era cirujano, profesión de judíos. Él mismo fue recaudador de impuestos y se dedicó a no se sabe qué negocios, pero el caso es que fue excomulgado dos veces y dos veces estuvo en prisión. No obtuvo nunca visado para viajar a tierras americanas, tal y como era costumbre obrar con los “sospechosos de judaísmo”, a pesar de que él presentó muchas veces documentos alegando su “pureza de sangre”, cuya certificación, en la época, gozaba de poca confianza crediticia. Fue enterrado en fosa común, siendo, como fue, el mayor prosista de la Lengua Castellana.
Al comienzo de el Quijote habla de “un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”. “Lugar” es sinónimo de “aldea pequeña” y el “no quiero acordarme” es un acto voluntario, no olvido. ¿Por qué no quiere “acordarse” de su lugar de origen? Hay quien dice, exageradamente, que eso de “la Mancha” es una alegoría geográfica buscada para aludir a “la mancha de los judíos”; o sea, el deicidio, acusación que tanto arraigó en la imaginación popular y que ha llegado hasta hoy.
Un último dato: la supuesta partida de nacimiento de Alcalá de Henares. Este documento apareció a mediados del siglo XVIII, y es una partida de bautismo de “Juan Carbantas Cortinas”, a suyo margen se ha puesto, con mano distinta, “Miguel”. Esta partida está fechada en 1.547, mientras Cervantes sostiene que nació en 1.549. Demasiado sospechoso. Había que darle un lugar de nacimiento digno a quien se había convertido, tres siglos después, en el más importante escritor español.

(7) Tan convencido quedó el pueblo, que contrajo el deber de pagar un tributo especial para el arzobispado de Santiago de Compostela. Ese impuesto (Voto de Santiago) fue suspendido por las Cortes de Cádiz (1.812), pero inmediatamente Fernando VII lo rehabilitó. En el siglo XX, la República española lo abolió de nuevo, pero Franco lo reinstauró en 1.936. Los españoles han estado pagando 700 años un impuesto por la farsa de Santiago Matamoros, bajando del cielo, espada en mano, para cambiar la suerte de una batalla surgida del desvarío de Ramiro I en el siglo IX. Tanto prendimiento y renta ha dado esta monumental superstición que, aparte del impuesto nacional, Santiago terminó como patrón de España y la Virgen del Pilar (que se le apareció, en carne y hueso, a Santiago Apostol, en Zaragoza, para regalarle una columna de jaspe -de ahí, Pilar-) se erigió en patrona de la Hispanidad. Y cuando un mito funciona tan bien, se exporta: Hernán Cortés lo trasplantó en México como Santiago Mataindios. Su predicamento fue igual de exitoso. Tanto, que los indios peruanos lo sacan en procesión, hoy en día y sin empacho alguno.
La periodista Nieves Concostrina, lo cuenta en Radio Nacional de España:

(8) El día 2 de agosto de 1.492, a las 12 de la noche y después de una dilación de 10 días respecto de la fecha prescrita en el decreto real, se inició la expulsión de los judíos. Coincidió con la partida de Cristóbal Colón hacia el descubrimiento de una nueva ruta a las Indias, viaje que acabó con el descubrimiento de América. Esta coincidencia ha dado pie a la teoría del origen judío de Colón expuesta, entre otros, por Simón Wiesenthal en su libro “Operación Nuevo Mundo, la misión secreta de Cristóbal Colón”. Se dice que en ese primer viaje de Colón, le acompañaban 6 tripulantes judíos.






SAN ISIDRO, PATRÓN DE MADRID, DE DUDOSA CRISTIANDAD.


San Isidro, labrador, nace en la fortaleza Mayrit (luego Madrid).
Corría el año 1082, quando aún esta Villa era de Moros ..., siendo Alcaide de Madrid Tariph, hijo de Hiscén, nieto del Rey Almenón ...(Lcdo. Quintana).
Si San Isidro aprendió a hablar antes de los 4 años, su lengua fue el árabe y se llamó Idriss.
La fortificación de Madrid, según Cristina Segura, medievalista de la Universidad Complutense, fue elevada por Mohamed I desde la nada, puesto que no había una población autónoma preexistente. Por tanto, sus moradores eran bereberes o mozárabes. Los mozárabes tenían condición de “dimmíes” (adquirían derechos con el pago de tributos). Esta condición era concedida a católicos, arrianos y judíos, que así fueron integrados por los musulmanes en su estructura social a medida que aumentaban sus dominios territoriales.
San Isidro.
Aguafuerte de Goya

Merced a una política de incentivos, los mozárabes (cristianos en tierras musulmanas) fueron islamizándose progresivamente y hacia el siglo XI su asimilación era completa; los renuentes, habían emigrado a reinos cristianos. Éste proceso hace harto difícil la filiación de Idriss a ese grupo.

Cuatro años después del nacimiento de Idriss, en 1086, Alfonso VI cobra la plaza de Madrid para Castilla. La comunidad mudéjar (musulmanes en tierras cristianas) que permanece es numerosa y tiene sus propios representantes, alamines (de ahí la Plaza del Alamillo de Madrid, donde tenía su sede el alguacil).
Como todos los mudéjares, Idriss pasa a labrar los campos de los nuevos señores cristianos en régimen de semiesclavitud. No se les pagaba sino que se le prestaba una parcela (pegujal) con cuya labor debía manutenerse.

Idriss sigue los preceptos del Corán que le obliga a la oración ritual (azalá) cinco veces al día. El buen musulmán debe interrumpir toda actividad mundana para cumplir sus rezos. Esta conducta sirvió de pretexto para las acusaciones de negligencia que los demás siervos cristianos cursaron a sus dueños contra él y que dio origen a parte de la milagrería que se le atribuye; ya que, se sostiene que la yunta seguía arando guiada por ángeles mientras Idriss se entregaba a sus preces.
Al margen de la tradición oral de su vida y milagros, los testimonios históricos que se disponen se reducen a su mención en un códice de un siglo posterior a su muerte y la arqueta que le sirve de féretro, depositada en la catedral de la Almudena (al-mudayna, diminutivo de al-medina: ciudadela). En ella se representa a San Isidro ataviado con un Kefia, al uso musulmán, bajo un arco mudéjar y junto a una noria de cangilones, emblema de la hidráulica
Reconstrucción ideal del arca.
árabe.

Dentro de la arqueta está su cuerpo momificado. A los casi cuatrocientos años de su muerte, el Papa Gregorio XV lo canonizó, al mismo tiempo que a Santa Teresa de Jesús, también ella de ascendente poco ortodoxo, como lo atestigua su linaje criptojudío.
No importa. Con estas cosas no se tienen escrúpulos. Si algo tiene mucho predicamento popular, se cristianiza y se pone a rentar en la hagiografía propia. Se ha hecho desde el principio con el mismísimo nacimiento de Cristo, encajándolo en las Saturnales romanas -aún en contra de las prescripciones de los Evangelios- y se sigue haciendo en nuestros días, por ejemplo, endosando a San José Obrero en el 1 de mayo.
Quién le iba a decir al bueno de Idriss que toda su dedicación y fervor piadoso a Allah serviría para gloria de otro Dios. El de la competencia.

Francisco Botella Maldonado. Motril.




EL GUANTÁNAMO ESPAÑOL

Capitulación de Bailén (Casado Alisal)
 Los soldados franceses vencidos en Bailén, en el orden de 20.000, son hechos prisioneros. El mayor contingente (9.000 hombres) es conducido a Cádiz y recluídos en viejos pontones. El estado de hacinamiento, falta de alimentos y demás condiciones insalubres, provocan una gran mortandad y el peligro de epidemias que podrían afectar a la población gaditana. Los ingleses deportan a los supervivientes a la Isla de Cabrera. Es una tierra inhóspita que no tiene instalaciones ni demasiados recursos. Es el primer campo de concentración de la Historia y una de las peores pesadillas humanitarias.
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