jueves, 10 de octubre de 2013

Inmunidad contra el genocidio en África

La Corte Penal Internacional (CPI) es el primer y único tribunal global capaz de juzgar crímenes contra la humanidad. Los líderes de Sudán y Kenia están tratando de arrastrar a todo el continente africano fuera de la Corte, lo que les daría libertad para matar, violar e incitar al odio (como vienen haciendo) sin mayores consecuencias.
Este párrafo forma parte de la comunicación con la que el premio nobel Desmond Tutu pide tu adhesión en       https://secure.avaaz.org/es/justice_for_africa_icc/?bJTHNdb&v=30077

martes, 8 de octubre de 2013

EL FUNESTO MEDITERRÁNEO DE LA EMIGRACIÓN

Joseph Conrad situaba el horror en Africa.
Africa, la cuna del humano sapiens-sapiens. África que horroriza por sí y por su deriva.
África retiene aún, en su idiosincracia natural, el primitivismo que turba al desarrollado y sofisticado europeo. Lo enfrenta al espejo de su origen bestial. Lo deja huérfano de su linaje divino; le desmiente su imagen de semejanza a Dios.
El sentimiento racista blanco nace de esa aprensión prehistórica, sumado a la soberbia del distanciamiento económico. Sentimiento más acusado cuanto menos cultivado es el europeo. André Gide lo enunció diciendo que "cuanto menos inteligente es el blanco, más salvaje le parece el negro".
Por eso en la gran Historia protagonizada por el hombre blanco nunca ha contado África. Cuando el hombre blanco ha dirigido su interés por África ha sido para cometer las peores vilezas. Proveerse de esclavos, cazar megafauna hasta agotarla, saquear recursos, hacer experimentos biológicos éticamente reprobables, arrasar selvas, verter residuos tóxicos por doquier, crear conflictos de distracción o para ensayar armas en teatros de guerra real, hacer experimentos sociales (Liberia) o sostener un estado nazi hasta finales del siglo XX (Sudáfrica). Vilezas que raramente se reflejan en el relato conspicuo de nuestra gran Historia. Porque en África, donde todo esto se acomete desde el principio de nuestra era, anida la bestialidad y el horror. Y donde habita el horror, cualquier tropelía es posible. Ha sido y es tanto el horror, que ya no cabe en el continente.
El horror rebosa y viene a nosotros en pateras, cayucos, zodiac de juguetes y barcazas de desguace. Y frente a nuestras playas de bandera azul, dramatiza una de sus despiadadas escenas de muerte en masa. Horroroso para nosotros pero cotidiano para los africanos. Los episodios más truculentos tienen un nombre propio: Lampedusa, Melilla, Valverde... Pero hay una necrológica muda e incesante desconocida incluso para los indiferentes habitantes de las localidades que prestan su tierra para cementerio. Estos muertos se cifran en decenas de miles en lo que va de siglo. Yacen por todo el litoral andaluz, tierra adentro y, seguramente, en mayor número, en el fondo marino. Los que no mueren esperan en centros de reclusión como espectros. Ya eran espectros cuando se embarcaron. Allí en África no había nadie para ayudarlos. Aquí tenemos prohibido ayudarles. Leyes hechas por desalmados políticos de España e Italia que han criminalizado el altruismo. La policía persigue al emigrante y al que se compadece del emigrante. La solidaridad humana es delito. Políticos de partidos proclamados católicos. Creo que cuando el Papa Francisco, enfrentado al episodio de Lampedusa, dijo que se avergonzaba profundamente, se refería a esos prohombres católicos que provocan tanto tormento y tanta iniquidad. Por fin un Papa cristiano desde Juan XXIII. Otro cristiano, el padre Ángel, manifestándose sobre el mismo episodio, también aludió a los políticos (-y sus viáticos periodistas- añado yo-) señalando su errática responsabilidad cuando se enredan en debates espurios sobre la caducidad de los yogures, mientras la infamia se incuba, día a día, en la orilla mediterránea de enfrente. Vidas trágicas allí. Un problema aquí. La esperanza para los de aquí, es que el problema se lo trague la alta mar y no llegue hasta nuestras costas. Si eso ocurre, los políticos católicos tienen que aguantar que alguien le espete a la cara la palabra “vergüenza”. Desgraciadamente, ni esas palabras ni esos muertos dejan memoria; nunca se inscriben en nuestra heroica Historia de hombre blanco.
Hoy en Motril, la patrullera y las anaranjadas lanchas de salvamento fondean tranquilas en sus dársenas. Viendo esta serena estampa naviera, a nadie se le representa el drama que preconizan. Pero el drama ocurrirá inevitablemente; ya se está fraguando al otro lado del Estrecho. Lo único por determinar es la dimensión que alcanzará la próxima vez.
Francisco Botella Maldonado. Motril.

sábado, 14 de septiembre de 2013

WELCOME TO WORLD WIDE WERT

TVE ha puesto en parrilla el programa:"ENTRE TODOS", que resucita una vieja fórmula de radio de los `60, encarnado por "USTEDES SON FORMIDABLES"; entonces la televisión algo era muy exclusivo de una élite. El presentador planteaba un problema humano grave y solicitaba el óbolo colectivo de los radioyentes para paliar esa adversidad. La cantidad recogida se le entregaba al damnificado, sujeto del llamamiento caritativo, un pobre escogido de entre los millones que había en aquella España del franquismo.
Era una España sin pensiones, ni red sanitaria universal, ni asistencia social. A lo sumo, se proporcionaba beneficiencia al menesteroso, siempre y cuando éste mostrase predisposición a besar la sotana de los curas o monjas del barrio. Esa España vuelve y nadie como TVE, dotada de equipos de sondeo social bien cualificados (al menos, muy bien pagados), para anticipar un formato de "shering". O sea, vuelve la caridad.
Para merecer la caridad hay que humillarse, exponerse a la aflicción pública o a la imploración lacaya.
Esa es la vía que los gobernantes actuales proyectan. Es congruente, porque un pobre que se arrastra pierde su dignidad, renuncia a sus derechos. Es un pelele.
Cualquier iniciativa que los pobres aborden para soslayar la humillación (y la vergüenza) de la caridad, es subversivo, porque traduce la voluntad de esos pobres de preservar su dignidad.
¿Por qué toda esta reflexión? Pues porque me ha impactado la noticia de que el concejal de Madrid, José Antonio González de la Rosa, envió a la policía a desmantelar una mesa plegable que los vecinos de un barrio habían instalado en la calle para dejar libros de texto usados y otro material escolar fungible que pudiera serle útil a sus convecinos. Esta actividad ni siquiera era espontánea. Los patrocinadores habían pedido el correspondiente permiso municipal.
Cuando interrogaron al edil por su abuso represivo, contestó que el trueque no está permitido.
Exactamente. La disyuntiva política es o Negocio o Caridad. El que no esté capacitado para hacer negocio que se ponga a pedir limosna. Así se desarma la dignidad social.
En la universidad se está ensayando una fórmula parecida. La rectora de Málaga abrió la veda de lo que ella llamó mecenazgo. Se trata de que solventes liberales de la comunidad sufraguen algunos de los gastos académicos de estudiantes escogidos. Una especie de apadrinamiento o adopción, qué sé yo. Lo que sí sé es que la caridad no es anónima y rara veces desinteresada. Ya se han adherido otras universidades. Si Wert quita derechos a los estudiantes, que éstos se lo mendiguen a los ricos empresarios que hicieron fortuna explotando a sus padres. Si ahora es caridad, más tarde será negocio. Al tiempo.
Estos son los primeros efluvios de la ignominia de Wert.
Su penúltimo ultraje fue decir que el nivel de contestación a su ley de Educación es una fiesta de cumpleaños comparada con la respuesta estudiantil en Chile o México. Provoca para que los estudiantes españoles reaccionen violentamente y así tener, al menos, un argumento a su favor. Tan carente está el sátrapa de razones.
Por cierto que el señor ministro de Educación alabó, entusiasta, el discurso de Ana Botella frente al COI. Al señor Wert le gusta los idiomas y también jactarse de que él es extranjero (lo ha dicho varias veces, tal cual). No sé cómo hablará el alemán -su idioma-, pero de las intervenciones oídas por mí, del farfulleo que él llama francés, puedo deducir dos cosas: primero, que le falta vergüenza propia, y, segundo, que le falta educación para evitarle la vergüenza ajena a los demás. No me extraña que con esa espesura suya, el ministro se prende del inglés de la alcaldesa
No puedo acabar esta entrada sin recordar otra insigne "boutade" del señor Wert; artero donde los haya y experto en embarullar a candorosos periodistas, que más que una profesión de sagaz examen, rebajan el periodismo al oficio estenográfico. Ha dicho el ministro de Cultura que la huelga del 24 de octubre contra su ley de educación, es “se mire como se mire, una huelga política, y las huelgas políticas no están contempladas ni amparadas por la constitución ni por la legislación democrática”. Y se queda tan desahogado, él y sus escuchas. No hay nadie en ese excelso auditorio, que siempre rodea al ministro (tal que moscas alrededor de "algo"), que le pida un ejemplo de huelga nacional que no sea frente a una medida política. Puede que el ministro crea que las únicas huelgas legales son las de sexo, la de silencio, o la de calvos. Pero puede que el señor ministro tenga piel de personaje de Maquiavelo.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Lo inefable

Sigo el blog de Principia Marsupia. El autor es físico teórico. Su última entrada es:
http://www.principiamarsupia.com/2013/09/06/el-fotografo-que-retrato-la-lucha-de-su-mujer-hasta-la-muerte-fotos/.
Este tío siempre me sacude la psique, es decir, el consciente (que es lo que controlo), el subconsciente (esa moral que medio atisbo y medio reajusto) y, a lo mejor, el inconsciente (pero de ése no sé nada).
Su última entrada es demoledora. Me ha puesto un nudo en la garganta. U otra cosa que sólo se puede comunicar con una expresión metafórica tal que "nudo en la garganta". Siendo más técnico en el lenguaje, quizá sea angustia o sólo abatimiento. El caso es que la sensación se agarra a la garganta.
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Crédito de la imagen: Ángelo Merino
Tengo un eco cultural primitivo que sobrevive a mi condición de sujeto occidental. Ese fondo es subconsciente; es decir, lo que medio modulo cuando se me destapa, aunque su característica es permanecer emboscado. Será por la impregnación del mundo donde me he criado y donde viven mis padres.
En Occidente impera la especie de que hay que luchar. La gente es sumamente agresiva, beligerante, competitiva. Se valora mucho que se pelee todo y por todo, hasta por las cosas más superfluas, o sobre todo por ellas. Se ha perdido la noción de transitoriedad de la vida y la materia, por más que Occidente lidere el conocimiento científico de la Naturaleza, que nos revela la mutabilidad de la existencia.
He visto ancianos en España, completamente dependientes, algunos prácticamente desahuciados, que se agarran con ahínco a la vida. Me producen la misma sensación que la serie fotográfica del blog de Marsupia.
He visto, en cambio, en Marruecos, viejos que esperan la muerte como un regalo. Sus vidas fueron en extremo austera. Sus hijos no le van a zaga: no codician mucho más que satisfacer buenamente todas sus necesidades básicas dentro de una pobreza menos rigurosa que la que tuvieron sus ancianos padres. Padres e hijos, han vivido y viven pegados a su persona, como único patrimonio, la muerte sólo es la circunstancia con la que se desprenden de ella. Su dignidad en vida no les alcanza más que a ser personas; la vejez, por tanto, les arrebata esa dignidad porque convierte su persona en "carga". Estos viejos son depositarios de una cultura ancestral, oriental, bíblica, que arranca cuando al judío lo entierran sólo con su sudario en contraposición a la necrosofía egipcia precedente que necesitaba un sarcófago para atesorar las riquezas materiales del difunto. Las muertes de estas personas no dan para un reportaje como el del blog.
Las imágenes del blog desalientan más porque la persona es joven. En la secuencia se transluce la rebelión desesperada del escarabajo boca arriba (o cara arriba, por bromear con la palabra), salvo que con el escarabajo se puede aplicar con facilidad el poder humano para salvarlo y en un proceso de disolución biológica como la enfermedad o la vejez, nada se puede hacer; aunque, debido a esa mentalidad prepotente instalada en Occidente (cuyo axioma es: "se puede, si se quiere"), flota el reproche de que alguien no ha luchado lo bastante (el paciente o sus asistentes).
La fe todapoderosa y de perpetuidad que profesa Occidente me abate porque es una falacia hecha convicción de vida. Si alguien te oye decir: "mejor que se muera" o, simplemente, "yo ya soy viejo para eso", seguro que se escandaliza. Te regaña con: "no digas eso". No comulgar con este razonamiento te hace ser "raro", "derrotista" o peor, "trepanador" de la sempiterna moral joven, positiva y optimista que, por franquicia cultural, debe definir a todo occidental.
Al sur de la Península, enfrente del Estrecho, a poco menos de 14 km de Europa, subsiste una filosofía que acepta la inclemencia de una vida infortunada, como la clemencia de la muerte que la libera.
Esa es una regla incompatible con el sistema de vida de Occidente, basado en la economía de consumo creciente. Se cambian bienes perfectamente funcionales por otros más modernos. Se tienen experiencias rápidas: encuentros, desplazamientos, comidas, twiter... Todos los occidentales andamos metidos en personajes: cosmética, moda, implantes, tintes, bronceados, tatuajes, retoques quirúrgicos, liposucciones, rellenos, ortodoncia... Algunos han pasado por tantos personajes que no saben qué persona eran. Sin embargo, en la vejez y en la enfermedad sobran todos los bienes. En la vejez y en la enfermedad no hay personajes que encubran tu más despojada persona (en los hospitales hacen especial mella en ello, colocándote una bata que te deja el culo al aire,o, arrebatándote la intimidad en una habitación con 4 enfermos más). La vejez y la enfermedad es lenta.
El hombre occidental tiene la vida por capital; los demás humanos del mundo penan para sostenérselo. El 2º, 3º o 4º mundo vive su vida hipotecada al bienestar de Occidente.
Ante tanto como la muerte le arrebata, Occidente busca desesperado su fantasía de inmortalidad. Con el transformismo físico, por un lado, y la ciencia médica, por otro, porfía en relegar la vejez y la enfermedad mortal hasta el hálito más lejano. Los engendros de este empeño se exhiben descarnados en forma de: patéticas efigies de senectud, cargadas de artificios postizos; existencias -que no vidas- vegetativas; geriátricos deambulados por zombis; procesos farmacéuticos acoplados a una enfermedad fatal que desahucian al paciente, dosificando su agonía durante años... Paciente viene de perder la paz, que es lo que Occidente provoca con su pánico a que acabe la fiesta, dicho vulgarmente. O su pánico a “la insoportable levedad del ser” dicho por Milan Kundera.
Mirar las cosas así incomoda porque remueve mitos. Nos emborrona la diferencia entre muerte digna y eutanasia. La miopía está en el edonismo cultural que nos vela el paisanaje exhausto y doliente que nos rodea. Pero hay otro paisanaje fuera de aquí que envejece y muere en su tiempo humano y natural.

Cuando me asomo a una experiencia de muerte como la del reportaje de marras, siento la ambivalencia de un sentimiento angustioso, el de mi propia muerte, pero, también, el rescoldo de alivio que la muerte significa para mis padres, ante la condena a la vida que han sido sus vidas .

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Groenlandia se deshiela

Los científicos, daneses, hablan de 400.000 kilómetros cuadrados que cambiarán de blanco al verde. Se habla de que varias especies vegetales podrán, en adelante, colonizar la gran isla.
¿Qué ocurre con esto? Algo ocurre, porque el Planeta es redondo y no tiene sumidero. Si en Fukuchima se contamina el mar, esas partículas no se quedan en las costas de Japón. Viajan, porque el agua se mueve. Llegarán lejos en su viaje; las corrientes tienen largo recorrido y las partículas radioactivas millones de años de vida para hacerlo y expandirse. Al final, el mar de todo el mundo será un poco más inhóspito en su contenido biológico. Por ese derrotero multiplicado, los entornos ambientales van volviéndose cada vez más decrépitos y con ellos nuestra supervivencia. La imagen del mundo de hoy es la de millones de grupos humanos trabajando activamente en la inhabilitación del Planeta para albergar la vida que conocemos. Puede que otro tipo de vida se haga viable, pero eso no me consuela.
La infección que provoca cada grupo humano es sepsis para el mundo en su globalidad.
Que Groenlandia se deshiele tiene un valor maniqueo. Es bueno para los inuits. Para aquellos inuits que se dedican a la agricultura porque tendrán tierra; para los que tienen ganado porque tendrán pastos; para los que se dediquen a la selvicultura porque obtendrán madera; para los que construyan porque aumentarán las ciudades; para los que extraigan mineral porque habrá minas de oro, rubís, uranio, zinc, plomo, hierro, carbón molibdeno, platino y otros por descubrir; para los que transformen o fabriquen porque tendrán abundante materia prima; para los que pescan... En fin, será bueno para dejar de ser inuit, dejar atrás una cultura natural y abrazar una cultura civilizadora (así la llamamos los occidentales) cuyo objetivo es instalar allí otro foco más de lesión al Planeta.
Paradójicamente la quema de hidrocarburos a nivel planetario ha abierto las condiciones para que se pueda acceder a los hidrocarburos que se escondían en el subsuelo de Groenlandia. Ya se han empezado a explotar. Con la combustión añadida de este nuevo petróleo y gas se podrá acceder a los yacimientos ocultos de la ahora helada Antártida. Toda una conquista energética en cadena. Además, el deshielo ártico permite rutas comerciales inusitadas en el mercadeo internacional, abaratando costes.
Entonces, ¿qué hay de malo? Es verdad que Groenlandia fue una vez una isla sin hielo. Su nombre se debe a los vikingos que la apodaron “tierra verde”. Pero en la alta Edad Media no existían las actuales Manga del Mar Menor, Venecia, Amsterdam o Bangladesh. En realidad la mayor parte de la población del mundo se concentra ahora en las riberas continentales. El deshielo completo de Groenlandia provocará una subida estimada de 1'5 metros del nivel marino y la inundación consiguiente de todos los litorales bajos del planeta. ¿Quién va a alojar a la población de los atolones Pacíficos o a los habitantes de Bangladesh (170 millones de personas)?
España mismo, por su condición peninsular, se verá reducida. En contrapartida, Gibraltar dejará de ser un problema político porque ya no formará parte del territorio nacional. Será un islote.
Pero, ya digo, esto no se para ahí. Es una sepsis global. A menos hielo menos reflexión solar, más insolación. Cambiará la bomba termohalina que mantiene la regulación de las corrientes oceánicas; esas que permiten, por ejemplo, que a igual latitud, La Coruña tenga 10o de media más que Nueva York en el mes de enero.
Nos preocupamos mucho de nuestra casa chica (su hipoteca y demás) pero solemos frivolizar con nuestra casa grande, el Planeta, menudeando en comentarios naif del tipo: bueno, ahora los esquimales van a tener parques botánicos como los demás europeos (Groenlandia es danés); así se hace política de convergencia. Yo creo que como chiste está bien pero como actitud es un suicidio. Nuestra pasividad es cómplice de los advenimientos fatales que la Naturaleza ya anuncia y la ciencia cuantifica.
¿Si Groenlandia se pone verde, de qué color se pondrá, por ejemplo, España? Yo, por lo pronto, me pongo negro.


martes, 20 de agosto de 2013

Tener la piel esclarecida lleva premio académico

A mediados de agosto, un medio de divulgación científico publicaba una reseña atribuida a la revista Science (notario internacional de la investigación de vanguardia y certificado del rigor científico que la avala) que invocaba a la “estructura genética de una persona y/o grupo étnico, como causa de su desarrollo educativo y, a través de ello, del nivel de renta que detenta”.
Fuertemente sorprendido, no por la afirmación hecha, que me es familiar desde siempre, sino por el crédito de la fuente de información, me puse a rastrear la noticia. Efectivamente, el contenido del estudio aparece en Science, 21 de junio de 2013, con el título “GWAS of 126,559 individuals identifies genetic variants associated with educational attainment”, de Rietveld et al.

Tradicionalmente, la estadística poblacional relativa al tema del rendimiento académico, nos ha desvelado su correlato con el nivel económico y social. Es decir, se vincula clases desfavorecidas con bajo registro cultural de las mismas. En la calificación de clases desfavorecidas no se hacía mención a una raza o etnia específica integrada en la sociedad examinada. Hasta ahora. Tampoco se especificaba una condición causal; se apuntaba sólo su nexo correlacional. Para plantearlo de otro modo, no se determinaba que un niño pobre era inexorablemente candidato a tener escasa cualificación, ni que padres poco cualificados determinaran un destino familiar menesteroso. Aunque estas dos variables estadísticamente se presentaban relacionadas.
Por otra parte, en el ámbito de sociedades multirraciales, se tiene constancia de que ciertos grupos étnicos constituyen una muestra significativa del espectro más pobre, y hasta marginal, de la población. En España, por ejemplo, tenemos esa experiencia con los gitanos. En el análisis de esta situación tradicionalmente, también, se ha culpado del relego económico que sufrían al fenómeno de segregación racial preeminente. Hasta ahora.
Los datos estadísticos de este orden se recababan con objeto de proveer un perfil social de la población. Por tanto, el marco de interpretación era exclusivamente de competencia sociológica. Hasta ahora.

Dentro de este marco, el sociológico, ya se apuntaban planteamientos condicionales – no meramente, correlacionales- en algunos estudios diseñados por universidades norteamericanas. Quizás, fruto de su bajo complejo social, derivado de su credo neoliberal.
Señalo a un par de ellos que he conocido. La investigadora Linda Gottfredson de la Universidad de Delaware, que descubrí a través del documental de la 2, “¿Existe una raza superior?”, presentado por el actor Morgan Freeman, establece patrones basados en la relación de inteligencia, genes y raza, que arrojan una distribución de puntuaciones medias que van del 80 para los hispanos e indígenas norteamericanos, pasando por 85 para los afroamericanos y 105 para los asiáticos, hasta culminar en 115 para los judíos. Esto en USA y tomando como valor referencial el 100, adscrito al grupo de los blancos.
También puedo citar una tesis doctoral de la Universidad de Harvard, “IQ and Immigration Policy” de Jason Richwine del Departamento de Políticas Públicas (mayo de 2009), en la que se sostiene que los hispanos en EEUU, procedentes de países de habla hispana, tienden a concentrarse en las clases menos adineradas y con menos recursos de aquel país debido a su supuesta inferior estructura genética, menos desarrollada y de menor calidad –según el autor- que la existente entre la población blanca nacida en EEUU.

Estos dos estudios -como seguramente otros muchos que ignoro- dan un salto cualitativo e inédito en el análisis sociológico: se introduce el factor genético o racial y la condición causa-efecto.
Lo más preocupante es que estos asertos hechos desde el campo de la sociología, se postulen, ahora, desde la atalaya de la ciencia, aludiendo a una debilidad del ADN y, además, con el márchamo de la revista Science.
A propósito de esto, se me suscitan dos consideraciones:

1.- Yo siempre he pensado que debe de haber muchos superdotados en el tercer mundo muriéndose de hambre, en la misma proporción que imbéciles en el primer mundo haciendo dieta. O que hay tantos superdotados entre los pastores como ineptos entre los ejecutivos; esto último, lo confirma la evidencia pública. O sea, que la extracción económica determina las oportunidades de los jóvenes, que es lo mismo que lo que plantean los norteamericanos en cuanto al condicionamiento, pero al revés. La propia extracción social de la mayoría de mi generación (jóvenes de los 70´) prueba esta convicción que tengo, sin necesidad de recurrir a aliños estadísticos o genéticos. Por eso defiendo la escuela pública como garante de concurrencia al conocimiento y las oportunidades. Si por mí fuera y en aras de una igualdad real de oportunidades, implantaba el monopolio de enseñanza pública en todo Occidente, evitando el proceso de descarte que practican las escuelas privadas en detrimento de las públicas. El resultado de este proceso selectivo es una concentración de excluidos en la escuela pública y un elenco de privilegiados en la privada. O lo que es lo mismo, una acumulación de problemas y penalidades de toda índole en las aulas públicas frente a un pasaje apasible al éxito social y económico en los centros educativos de élite, asegurado en el precio de su matrícula. Esto es determinismo desde la base. Cada vez más recursos son desviados hacia la financiación de la enseñanza privada o paraprivada (concertada). Al final, y en abono de las tesis norteamericanas, resulta un panorama de pobres haciendo pobres y ricos haciendo ricos. Así las conclusiones sociológicas son fáciles de adivinar, porque un pobre no puede perder el tiempo en pensar, tiene que pensar en comer. Yo diría que el dato decisivo es de valor digestivo más que genético. Lo malo es la patente añadida por la ciencia a semejante sofisma. Estamos de acuerdo que, desde el punto de vista científico, no se puede hacer la afirmación de que los ejecutivos son cocainómanos; pero, por lo visto, sí parece admisible decir que los negros son tontos. Ahora ya.

2.- Esto es justificar a posteriori una realidad fabricada.
Es lamentable observar que Science es capaz  de aventurar un perfil humano a partir de variables físicas estacionarias, sin atender preliminares (organización educativa y social, apoyo presupuestario, infraestructuras, currícula, empleo...) de potencial importancia en un estudio de tendencia. Que es a lo único que se puede aspirar desde el campo de la investigación, porque, que yo sepa, la inteligencia carece de un marcador biológico. Pero acrecienta su sesgo cuando exporta estas deducciones arbitrariamente al ámbito de la genética (habla de "estructura genética"). Para este remate, Science tendría que haber anunciado previamente el descubrimiento del gen de la inteligencia. Cosa que no hay.
Sugiero otro experimento de filosofía política -que no ciencia-: se coge un grupo de pobres, se les alimenta con genes buenos y variados; al cabo de pocas generaciones se podrá comprobar su mejorada calidad del ADN. Si es legítimo desde un análisis sociológico extrapolar a conclusiones genéticas -según acepta Science en su estrenado revisionismo metodológico- mi hipótesis tendrá, por lo mismo, más que probada confirmación.

Esta manía de comparar grupos es recurrente: alemanes versus judíos, tutsis vs hutus, serbios vs bosnios, españoles vs moros... No es inocente, menos cuando se recaba el respaldo de la ciencia para sellar su acreditación. La demostración de la supremacía de un grupo sobre otro persigue el menoscabo de ese otro como antesala de una pendencia en trámite. En las guerras se gesta primero la deshumanización del enemigo para acometer una eliminación aséptica, sin cargo de conciencia alguno. Algo se está tramando en Norteamerica con la proliferación de estudios de este tipo; me temo. Puede que hispanos y negros constituyan una fuerza electoral mayoritaria y convenga rebajar la calidad de su voto. No sé. Lo que me inquieta es la traducción que en la Europa más diversa de su historia, vamos a darle a estos prejuicios, llegado la hora. Porque llegará la hora.
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