Por mucha lírica que se le eche, tener un hijo es un acto de máximo egoísmo -mea culpa, en lo que me toca- que antepone el propio sentimiento supragénito y el instinto de procreación, a las consecuencias inevitables de dolor, miedos y otras calamidades que aleatoriamente pero indefectiblemente se abatirán sobre el nacido en el transcurso de su vida. Sabemos que la persona que procreamos va a sufrir, mucho o más, depende; sin embargo, lo traemos al mundo. Un mundo regido por implacables fuerzas naturales y sociales, compitiendo unas y otras en severidad. Unos de esos rigores tempranos que pueden marcar a la persona con su determinismo en el nacimiento mismo, son las discapacidades. Entonces, la toma de conciencia sobrecoge a los padres en forma de “perjuicio al descendiente”, al que sigue el derrumbe emocional que cursa con un sentimiento de manifiesta culpabilidad.
Lo normal es que los padres proyecten
expectativas en sus hijos. Ocurre que, a veces, estas expectativas
debido a su grado de exigencia, damnifican a algunos niños. Pero lo
peor es cuando los padres son los damnificados. Esto sucede con
padres de hijos discapacitados o con déficit de autonomía. En ellos
se encarnizan la frustración de sus propias expectativas junto con
la frustración comparativa, más la angustia por cualificar al
máximo el amparo a la desvalidez de su hijo. En ese frente están
los profesores de Educación Especial.
Los profesores de esta especialidad no
sólo deben creer en la pedagogía de lo imposible (insistir en el
adiestramiento de aptitudes a priori devaluadas), sino modular con
maña la ansiedad paterna. En ocasiones, el sentimiento de
culpabilidad de esos padres es una dificultad más de su trabajo.
El carácter de esta enseñanza es poco homologable al resto de enseñanzas regladas. Importa más el trabajo de monitorización. Generalmente es difícil establecer cánones estimativos que no sean la percepción cualitativa del profesor. Las
cuantificaciones objetivas no tienen expresión: no hay evaluaciones,
ni calificación del rendimiento, ni ponderación del esfuerzo para estimar la evolución del alumno. Sólo importa que mañana se despierte algún resorte en el alumno que le permita avanzar en sus habilidades. Es una enseñanza basada en la esperanza, frente a la enseñanza ordinaria basada en el logro. Aqui, toda la dialéctica
educativa gira en torno al desarrollo de cambios sensibles en la
rebajada capacidad cognitiva del alumno.
Por ejemplo, cuando un alumno discapacitado consigue la integración de una consonante y
una vocal para producir una sílaba, el profesor de E.E. lo reconoce como el preámbulo de un proceso que, presumiblemente, le conducirá a la adquisición de un nuevo dominio: la lectura. Por eso, lo valorará como un gran éxito; cuando es un episodio insignificante para el resto del profesorado, más
próximo a resultados de verdadera competitividad en el orden de
los contenidos académicos.
Es evidente que los profesores de
E.Especial con su trabajo no contribuyen a la promoción de la
cultura de su país, como se les reconoce al resto de los docentes.
Sin embargo, su trabajo contribuye a revolucionar humildes
experiencias individuales. Experiencias predeterminadas a la baja en el azar de la
vida y a las que, con una sistemática instrumentación escolar, se les
hace crecer lo posible en su menguada oportunidad de participación
social y desenvolvimiento personal.
La escena de un disminuido psíquico con un libro en la mano es, en mi criterio, una imagen que también personifica a un país.
Paco Botella Maldonado. CEIP “Cardenal Belluga”. Motril
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