Joseph Conrad situaba el horror en
Africa.
Africa, la cuna del humano
sapiens-sapiens. África que horroriza por sí y por su deriva.
África retiene aún, en su
idiosincracia natural, el primitivismo que turba al desarrollado y
sofisticado europeo. Lo enfrenta al espejo de su origen
bestial. Lo deja huérfano de su linaje divino; le desmiente su
imagen de semejanza a Dios.
El sentimiento racista blanco nace de esa aprensión prehistórica, sumado a la soberbia del distanciamiento económico. Sentimiento más acusado cuanto menos cultivado es el europeo. André Gide lo enunció diciendo que "cuanto menos inteligente es el blanco, más salvaje le parece el negro".
El sentimiento racista blanco nace de esa aprensión prehistórica, sumado a la soberbia del distanciamiento económico. Sentimiento más acusado cuanto menos cultivado es el europeo. André Gide lo enunció diciendo que "cuanto menos inteligente es el blanco, más salvaje le parece el negro".
Por eso en la gran Historia
protagonizada por el hombre blanco nunca ha contado África. Cuando
el hombre blanco ha dirigido su interés por África ha sido para
cometer las peores vilezas. Proveerse de esclavos, cazar megafauna
hasta agotarla, saquear recursos, hacer experimentos biológicos
éticamente reprobables, arrasar selvas, verter residuos tóxicos
por doquier, crear conflictos de distracción o para ensayar armas en
teatros de guerra real, hacer experimentos sociales (Liberia) o
sostener un estado nazi hasta finales del siglo XX (Sudáfrica).
Vilezas que raramente se reflejan en el relato conspicuo de nuestra
gran Historia. Porque en África, donde todo esto se acomete desde el
principio de nuestra era, anida la bestialidad y el horror. Y donde habita el horror, cualquier tropelía es posible. Ha sido y es
tanto el horror, que ya no cabe en el continente.
El horror rebosa y
viene a nosotros en pateras, cayucos, zodiac de juguetes y barcazas
de desguace. Y frente a nuestras playas de bandera azul, dramatiza
una de sus despiadadas escenas de muerte en masa. Horroroso para
nosotros pero cotidiano para los africanos. Los episodios más
truculentos tienen un nombre propio: Lampedusa, Melilla, Valverde...
Pero hay una necrológica muda e incesante desconocida incluso para los indiferentes habitantes de las localidades que
prestan su tierra para cementerio. Estos muertos se cifran en decenas
de miles en lo que va de siglo. Yacen por todo el litoral andaluz,
tierra adentro y, seguramente, en mayor número, en el fondo marino.
Los que no mueren esperan en centros de reclusión como espectros. Ya
eran espectros cuando se embarcaron. Allí en África no había nadie
para ayudarlos. Aquí tenemos prohibido ayudarles. Leyes hechas por
desalmados políticos de España e Italia que han criminalizado el
altruismo. La policía persigue al emigrante y al que se compadece
del emigrante. La solidaridad humana es delito. Políticos de
partidos proclamados católicos. Creo que cuando el Papa Francisco,
enfrentado al episodio de Lampedusa, dijo que se avergonzaba
profundamente, se refería a esos prohombres católicos que provocan
tanto tormento y tanta iniquidad. Por fin un Papa cristiano desde
Juan XXIII. Otro cristiano, el padre Ángel, manifestándose sobre el
mismo episodio, también aludió a los políticos (-y sus viáticos
periodistas- añado yo-) señalando su errática responsabilidad
cuando se enredan en debates espurios sobre la caducidad de los
yogures, mientras la infamia se incuba, día a día, en la orilla
mediterránea de enfrente. Vidas trágicas allí. Un problema aquí.
La esperanza para los de aquí, es que el problema se lo trague la
alta mar y no llegue hasta nuestras costas. Si eso ocurre, los
políticos católicos tienen que aguantar que alguien le espete a la
cara la palabra “vergüenza”. Desgraciadamente, ni esas palabras ni esos muertos
dejan memoria; nunca se inscriben en nuestra heroica Historia de
hombre blanco.Hoy en Motril, la patrullera y las anaranjadas lanchas de salvamento fondean tranquilas en sus dársenas. Viendo esta serena estampa naviera, a nadie se le representa el drama que preconizan. Pero el drama ocurrirá inevitablemente; ya se está fraguando al otro lado del Estrecho. Lo único por determinar es la dimensión que alcanzará la próxima vez.
Francisco Botella Maldonado. Motril.
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