sábado, 7 de septiembre de 2013

Lo inefable

Sigo el blog de Principia Marsupia. El autor es físico teórico. Su última entrada es:
http://www.principiamarsupia.com/2013/09/06/el-fotografo-que-retrato-la-lucha-de-su-mujer-hasta-la-muerte-fotos/.
Este tío siempre me sacude la psique, es decir, el consciente (que es lo que controlo), el subconsciente (esa moral que medio atisbo y medio reajusto) y, a lo mejor, el inconsciente (pero de ése no sé nada).
Su última entrada es demoledora. Me ha puesto un nudo en la garganta. U otra cosa que sólo se puede comunicar con una expresión metafórica tal que "nudo en la garganta". Siendo más técnico en el lenguaje, quizá sea angustia o sólo abatimiento. El caso es que la sensación se agarra a la garganta.
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Crédito de la imagen: Ángelo Merino
Tengo un eco cultural primitivo que sobrevive a mi condición de sujeto occidental. Ese fondo es subconsciente; es decir, lo que medio modulo cuando se me destapa, aunque su característica es permanecer emboscado. Será por la impregnación del mundo donde me he criado y donde viven mis padres.
En Occidente impera la especie de que hay que luchar. La gente es sumamente agresiva, beligerante, competitiva. Se valora mucho que se pelee todo y por todo, hasta por las cosas más superfluas, o sobre todo por ellas. Se ha perdido la noción de transitoriedad de la vida y la materia, por más que Occidente lidere el conocimiento científico de la Naturaleza, que nos revela la mutabilidad de la existencia.
He visto ancianos en España, completamente dependientes, algunos prácticamente desahuciados, que se agarran con ahínco a la vida. Me producen la misma sensación que la serie fotográfica del blog de Marsupia.
He visto, en cambio, en Marruecos, viejos que esperan la muerte como un regalo. Sus vidas fueron en extremo austera. Sus hijos no le van a zaga: no codician mucho más que satisfacer buenamente todas sus necesidades básicas dentro de una pobreza menos rigurosa que la que tuvieron sus ancianos padres. Padres e hijos, han vivido y viven pegados a su persona, como único patrimonio, la muerte sólo es la circunstancia con la que se desprenden de ella. Su dignidad en vida no les alcanza más que a ser personas; la vejez, por tanto, les arrebata esa dignidad porque convierte su persona en "carga". Estos viejos son depositarios de una cultura ancestral, oriental, bíblica, que arranca cuando al judío lo entierran sólo con su sudario en contraposición a la necrosofía egipcia precedente que necesitaba un sarcófago para atesorar las riquezas materiales del difunto. Las muertes de estas personas no dan para un reportaje como el del blog.
Las imágenes del blog desalientan más porque la persona es joven. En la secuencia se transluce la rebelión desesperada del escarabajo boca arriba (o cara arriba, por bromear con la palabra), salvo que con el escarabajo se puede aplicar con facilidad el poder humano para salvarlo y en un proceso de disolución biológica como la enfermedad o la vejez, nada se puede hacer; aunque, debido a esa mentalidad prepotente instalada en Occidente (cuyo axioma es: "se puede, si se quiere"), flota el reproche de que alguien no ha luchado lo bastante (el paciente o sus asistentes).
La fe todapoderosa y de perpetuidad que profesa Occidente me abate porque es una falacia hecha convicción de vida. Si alguien te oye decir: "mejor que se muera" o, simplemente, "yo ya soy viejo para eso", seguro que se escandaliza. Te regaña con: "no digas eso". No comulgar con este razonamiento te hace ser "raro", "derrotista" o peor, "trepanador" de la sempiterna moral joven, positiva y optimista que, por franquicia cultural, debe definir a todo occidental.
Al sur de la Península, enfrente del Estrecho, a poco menos de 14 km de Europa, subsiste una filosofía que acepta la inclemencia de una vida infortunada, como la clemencia de la muerte que la libera.
Esa es una regla incompatible con el sistema de vida de Occidente, basado en la economía de consumo creciente. Se cambian bienes perfectamente funcionales por otros más modernos. Se tienen experiencias rápidas: encuentros, desplazamientos, comidas, twiter... Todos los occidentales andamos metidos en personajes: cosmética, moda, implantes, tintes, bronceados, tatuajes, retoques quirúrgicos, liposucciones, rellenos, ortodoncia... Algunos han pasado por tantos personajes que no saben qué persona eran. Sin embargo, en la vejez y en la enfermedad sobran todos los bienes. En la vejez y en la enfermedad no hay personajes que encubran tu más despojada persona (en los hospitales hacen especial mella en ello, colocándote una bata que te deja el culo al aire,o, arrebatándote la intimidad en una habitación con 4 enfermos más). La vejez y la enfermedad es lenta.
El hombre occidental tiene la vida por capital; los demás humanos del mundo penan para sostenérselo. El 2º, 3º o 4º mundo vive su vida hipotecada al bienestar de Occidente.
Ante tanto como la muerte le arrebata, Occidente busca desesperado su fantasía de inmortalidad. Con el transformismo físico, por un lado, y la ciencia médica, por otro, porfía en relegar la vejez y la enfermedad mortal hasta el hálito más lejano. Los engendros de este empeño se exhiben descarnados en forma de: patéticas efigies de senectud, cargadas de artificios postizos; existencias -que no vidas- vegetativas; geriátricos deambulados por zombis; procesos farmacéuticos acoplados a una enfermedad fatal que desahucian al paciente, dosificando su agonía durante años... Paciente viene de perder la paz, que es lo que Occidente provoca con su pánico a que acabe la fiesta, dicho vulgarmente. O su pánico a “la insoportable levedad del ser” dicho por Milan Kundera.
Mirar las cosas así incomoda porque remueve mitos. Nos emborrona la diferencia entre muerte digna y eutanasia. La miopía está en el edonismo cultural que nos vela el paisanaje exhausto y doliente que nos rodea. Pero hay otro paisanaje fuera de aquí que envejece y muere en su tiempo humano y natural.

Cuando me asomo a una experiencia de muerte como la del reportaje de marras, siento la ambivalencia de un sentimiento angustioso, el de mi propia muerte, pero, también, el rescoldo de alivio que la muerte significa para mis padres, ante la condena a la vida que han sido sus vidas .

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