Aznar se gastó millones de dólares en bufetes de abogados, que constituían lobbies de presión
en EEUU, para que le otorgasen la Medalla de oro del Congreso.
Megalomanías de un enano. Pero el dinero público que destinaba a
esa vesania provenía, entre otras exacciones, de la congelación del
salario de los funcionarios durante los 8 años de su gobierno.
Zapatero liberó la congelación
impuesta por el anterior gabinete, pero, en sus últimos meses de
presidencia, se retractó de su reposición de derechos a los
funcionarios y les recortó el salario (un 5% de media -aunque en
algunos colectivos, como el docente o sanitario, supuso una rebaja
porcentual mayor-).
La Comunidad Autónoma, en los primeros
meses de su reelección, vuelve a minar la retribución de los
funcionarios, atacando a los complementos. Suma y sigue.
Rajoy, decreta la supresión de la paga
extra de Navidad. Recalca lo de “extra”, como si fuera ésta una
de las primas que se conceden graciosamente los de su clase social y
política. Esa paga, como la de verano, forma parte del sueldo. Es un
recorte que, prorroteado entre las mensualidades, supone una rebaja
de más de un 7% del salario.
Los ministros responsables de las
diferentes áreas administrativas, anuncian importantes aumentos de
horario y calendario en cada servicio público, a costa de los
funcionarios.
Yo soy funcionario.
Con todo, reconozco que estas severas
medidas económicas que nos aplican, no llegan al extremo leonino de
la “Reforma Laboral”. Por lo demás, los funcionarios compartimos
condiciones con el resto de trabajadores: incrementos del IRPF, dos
subidas del IVA (la del 16 al 18% de hace bien poco y, la última,
del 18 al 21%), el repago y la restricción de medicamentos...
Yo soy funcionario de la enseñanza.
Hay algo cualitativo que diferencia
nuestro castigo sectorial del de los demás empleados. Es algo que a
mí me importa sobremanera; más que el ataque al salario y al tiempo
lectivo. Son las condiciones laborales. Porque las condiciones
lesivas no se aplican sobre nosotros específicamente, como los
recortes salariales, sino sobre nuestras circunstancias. Y se da la
triste casualidad que nuestras circunstancias son otras personas,
nuestros alumnos.
En la medida que se deterioren nuestras
condiciones de trabajo -más alumnos por aula, menos plantilla, menos
recursos y equipamientos- se deteriorá nuestra capacidad de
enseñanza; que es lo mismo que decir que se perjudicará la
formación de los alumnos, amén de la convivencia y su calidad de
habitabilidad. Y ellos no son funcionarios, no deberían sufrir los
correctivos políticos. Eso es igual que sumar los niños al contingente de fracasados del sistema. No fracasados de mañana, que lo serán porque se les conculca su derecho a prepararse con suficiencia, sino ya de hoy.
Es ir demasiado lejos. No
deberíamos permitirle a la señorita Andrea Fabra meter en su saco de “¡que
se jodan!” a los niños de la escuela pública.
Hay que ser más visibles. Enseñarles a las familias las deficiencias estructurales de la escuela. Informarles de las dificultades de enseñanza por la congregación de casos en las aulas. La ordenación de planes fallidos por carencia de medios y profesores. Mostrarles, también, el lastre burócrata que arrastramos para camuflar todas estas disfunciones bajo una montaña de informes, programas, memorias, actas, órganos y flautas. Es decir, iluminar su sensibilidad a la realidad que se esconde en el escenario donde cada mañana dejan a su hijo. Y que sepan el efecto que todo esto va a tener en su formación.
Cuando los padres estén debidamente al tanto, no valdrá abstenernos de emprender acciones vindicativas con el pretexto de que perjudicamos a los niños y a sus padres. El que perjudica a los niños es el sistema impuesto desde hace tiempo y en crescendo. Nuestra movilización es el remedio, no el daño. Tenemos que tener la sabiduría de aprovechar la corriente de protesta laboral para sanear, de una vez, el sistema creado por tecnócratas (mayoritaramente de libre designación) que saldan las nutridas precariedades a golpe de papeles. Consintiendo todo ese sistema de apaños estamos perjudicando a los niños, sus familias y el futuro. Movilizándonos estamos promoviendo el remedio. Así que basta de subterfugios para no hacer nada, porque no actuar ahora por no perjudicar los derechos de los niños puede que deje tocados los derechos de los niños de los niños. Recuerden como quedó la escuela pública en G.Bretaña después del saqueo de Margaret Tatcher. Han pasado décadas, pero no se ha rehecho. Su desprestigio es ya secular. No seáis gazmoños, pensad en futuro si os interesa la educación.
Hay que ser más visibles. Enseñarles a las familias las deficiencias estructurales de la escuela. Informarles de las dificultades de enseñanza por la congregación de casos en las aulas. La ordenación de planes fallidos por carencia de medios y profesores. Mostrarles, también, el lastre burócrata que arrastramos para camuflar todas estas disfunciones bajo una montaña de informes, programas, memorias, actas, órganos y flautas. Es decir, iluminar su sensibilidad a la realidad que se esconde en el escenario donde cada mañana dejan a su hijo. Y que sepan el efecto que todo esto va a tener en su formación.
Cuando los padres estén debidamente al tanto, no valdrá abstenernos de emprender acciones vindicativas con el pretexto de que perjudicamos a los niños y a sus padres. El que perjudica a los niños es el sistema impuesto desde hace tiempo y en crescendo. Nuestra movilización es el remedio, no el daño. Tenemos que tener la sabiduría de aprovechar la corriente de protesta laboral para sanear, de una vez, el sistema creado por tecnócratas (mayoritaramente de libre designación) que saldan las nutridas precariedades a golpe de papeles. Consintiendo todo ese sistema de apaños estamos perjudicando a los niños, sus familias y el futuro. Movilizándonos estamos promoviendo el remedio. Así que basta de subterfugios para no hacer nada, porque no actuar ahora por no perjudicar los derechos de los niños puede que deje tocados los derechos de los niños de los niños. Recuerden como quedó la escuela pública en G.Bretaña después del saqueo de Margaret Tatcher. Han pasado décadas, pero no se ha rehecho. Su desprestigio es ya secular. No seáis gazmoños, pensad en futuro si os interesa la educación.
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