Es necesario, de vez en cuando, recordarle a los alumnos las vicisitudes que padecen las personas con desventaja física, psíquica o económica. Es necesario, para que en su proceso de formación, junto a sus adquisiciones intelectuales, los alumnos vayan desarrollando, también, condiciones emocionales que activen su sensibilidad frente a la debilidad o el sufrimiento de los desvalidos.
Desde hace tiempo en las escuelas se han integrado niños con dificultades, que fácilmente son percibidos como distintos. Generalmente son bien tratados por el alumnado y especialmente bien por sus compañeros de clase. Hay ocasionalmente, no obstante, algún incidente de poca relevancia. Pero, también, se dan conductas que, sin ser agresivas, pueden ser violentas por el contenido de ignorancia, desdén o hasta desprecio que manifiestan.
No quiebran la coexistencia en el Centro, pero tampoco motivan la convivencia. Convivencia no es vivir en común, es hacerlo en comunidad. Y mejor aún, en comunión.
Sobre educación para la diversidad hay excelentes materiales. En concreto, sobre síndrome Down hay cómics y hasta videoanimación.
Esto que os presento aquí es sólo un cuento, sin más. Quizá su valor se pondere en relación a mi Centro, ya que el personaje y la narración del cuento están contextualizados. Con ello, los alumnos lectores crearán un sello semiótico del personaje, una imagen interior provista de carga emotiva que trasciende la experiencia cercana y cotidiana que habitualmente tienen con la persona simbolizada. Lo percibirán de modo más afectuoso. Es el efecto cualitativo de la foto sobre la realidad o del protagonista de un relato sobre el sujeto de un suceso. Y este es el efecto que persigo respecto al alumno representado en el cuento.
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