Enseñar es sencillo. Las madres lo hacen intuitivamente desde que nacen sus hijos. Sólo se necesita creatividad y vocación. Sin embargo, decenas de pedagogos a sueldo perpetran sin descanso el gran desconcierto educativo, que trasplantan a la escuela. Sus artificios continuos sólo se justifican por necesidad de dar contenido a su libre designación (otros lo llaman enchufe) en la Consejería. Pero en el proceso están consiguiendo colapsar la labor del profesorado.
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